MONASTERIO DE SINAIA
Después de visitar el castillo de Bran y pasar la noche en Brașov, al día siguiente emprendemos el camino de regreso para conocer Sinaia. Aunque lo más lógico habría sido visitar primero Sinaia viniendo desde Bucarest, las circunstancias nos obligaron a modificar el plan: la hora de llegada del vuelo y el cierre del Castillo de Peleș el día que aterrizamos nos hicieron posponer esta parada para el día siguiente. El cambio supuso una hora extra de carretera, pero estando ya en Rumanía, queríamos aprovechar al máximo y descubrir cada rincón de esta fascinante zona.
Sinaia es conocida por tres razones principales: primero, por haber sido la residencia de verano de la familia real rumana, lo que nos permite hoy disfrutar de los espectaculares castillos de Peleș y Pelișor. En segundo lugar, por su importancia religiosa gracias al Monasterio de Sinaia, un monasterio ortodoxo estrechamente vinculado a la monarquía. Y finalmente, por ser un popular destino turístico de invierno, famoso por sus aguas medicinales, rutas de senderismo y pistas de esquí.
Nos levantamos temprano y a las 8:30 ya estamos en el Monasterio de Sinaia, que abre sus puertas a las 8 de la mañana. Queríamos visitarlo antes de dirigirnos al Castillo de Peleș, donde suelen formarse largas colas por ser uno de los destinos más concurridos del país. Sin embargo, nuestra llegada a Sinaia vino acompañada de una alerta en el móvil: había osos merodeando por algunas calles de la ciudad. El mensaje aconsejaba evitar ciertas zonas y resguardar a los animales domésticos. Por suerte, nuestra primera parada, el monasterio, se encuentra en la zona baja de Sinaia, así que seguimos con nuestro plan.
El conjunto monástico se divide en varias áreas:
Al ingresar, lo primero que encontramos es el campanario, adosado al muro exterior y finalizado en 1892. La campana, que pesa más de 1.700 kilos, fue trasladada desde Bucarest. Hay que recordar que Sinaia fue un monasterio real, y los reyes de Rumanía solían pasar sus veranos allí mientras se completaba la construcción del Castillo de Peleș.
Pocos pasos después se encuentra la Iglesia Nueva, erigida en 1865 en estilo neobizantino. En su interior destacan los brillantes mosaicos dorados y varias figuras reales como el rey Carlos I, la reina Isabel y su hija, la princesa María.
Justo enfrente, se halla la zona del monasterio propiamente dicho, que alberga la Iglesia Vieja, una capilla, la tumba de Tache Ionescu y el pequeño claustro o chilii.
Los frescos son de gran riqueza temática: escenas evangélicas, figuras religiosas como papas y santos, y también personajes históricos como condes y reyes.
CASTILLO DE PELEȘ
A tan solo unos minutos del monasterio, se alza el Castillo de Peleș, antigua residencia de verano de la familia real rumana desde finales del siglo XIX hasta inicios del XX. Su construcción fue iniciada por el rey Carlos I en 1873 y tomó más de 12 años completarla.
El acceso requiere una caminata, ya que el aparcamiento se encuentra alejado de la entrada al recinto. El entorno es espectacular: un bosque frondoso, lleno de riachuelos, ofrece vistas mágicas del castillo... o al menos, así habría sido de no estar su fachada cubierta por lonas de restauración durante nuestra visita. Aun así, el interior compensó con creces.
El palacio tiene más de 3.200 m² construidos y más de 160 habitaciones. Fue el primero de su época en disponer de electricidad y ascensor.
Aquí ocurrieron hechos históricos clave para Rumanía: como la reunión que decidió la neutralidad del país en la Primera Guerra Mundial o el nacimiento de Carlos II, el primer rey rumano coronado y bautizado por la Iglesia Ortodoxa.
La visita comienza en el imponente salón de entrada, revestido en madera de nogal, con relieves y esculturas. Su techo de cristal, móvil, era activado por un motor eléctrico: una sorpresa diseñada para que el rey pudiera contemplar el cielo en las noches veraniegas.
Entre las salas más destacadas están:
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La armería, con picas, espadas, armaduras y armas de fuego medievales.
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La sala turca.
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El salón de Maura, con toques de arte morisco español.
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La sala de columnas.
También encontramos la biblioteca, la sala de música e incluso un pequeño teatro con capacidad para más de 60 personas.
Al finalizar el recorrido, se puede pasear por los jardines interiores. Aunque más modestos en tamaño comparados con otras residencias reales europeas, su belleza radica en el entorno natural que los rodea: el bosque que parece abrazar el castillo.
CASTILLO DE PELIȘOR
Subiendo una pequeña cuesta desde Peleș, se llega al Castillo de Pelișor, la antigua residencia de verano de los herederos al trono rumano.
Si esperas encontrar un castillo tan majestuoso como su vecino, es mejor ajustar las expectativas. Aunque su exterior es bonito, se trata de una construcción más modesta, con menos de 90 habitaciones. Sin embargo, su interior ofrece rincones realmente únicos.
Entre los espacios más destacados se encuentran:
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El salón principal, revestido de maderas nobles.
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El despacho del futuro rey Fernando.
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La capilla.
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El dormitorio de la reina María.
Pero sin duda, el gran protagonista es la Sala Dorada, con paredes de estuco dorado decoradas con hojas de cardo —símbolo de Nancy (cuna del Art Nouveau) y también vinculado a Escocia, lugar de nacimiento de la reina. El mobiliario combina ornamentos celtas y bizantinos, y una gran cruz celta preside el techo.
Durante la etapa comunista, tras la abdicación del rey Miguel I, el palacio fue cerrado, sus bienes inventariados y repartidos por museos del país. Más tarde, se convirtió en residencia para artistas y escritores afines al régimen. Tras un periodo de clausura, volvió a abrir sus puertas al público en 2007. Hoy pertenece a la familia real, pero su gestión está en manos del Estado.
Al salir, puedes aprovechar para pasear por los alrededores, donde encontrarás otros edificios pintorescos y un encantador mercado de artesanías y souvenirs locales.
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