EL MONASTERIO DE ARBORE
Después de visitar el impresionante Monasterio de Humor, nos subimos al coche en busca de nuestra siguiente parada: el Monasterio de Arbore. Un rincón mucho más pequeño, casi escondido, donde los turistas apenas llegan y que conserva un aire auténtico y tranquilo.

Al llegar, la escena era de lo más apacible: no había nadie, salvo una mujer ocupada en los jardines. En cuanto nos vio, se acercó para cobrarnos la entrada. Al principio parecía un poco seria, pero en cuanto comenzamos a hablar, nos encontramos con una mujer encantadora y llena de historias que contar. Nos explicó con entusiasmo la historia del monasterio, las tradiciones de la liturgia ortodoxa y los desafíos que enfrenta la iglesia para restaurar sus preciosas pinturas exteriores.
El Monasterio de Arbore, del que hoy solo queda la iglesia, está dedicado a la Decapitación de San Juan Bautista. Fue fundado en 1502 por Luca Arbore, un noble al servicio del gran rey Esteban el Grande, y construido en un tiempo récord: ¡menos de seis meses!
![]() |
Arbore estableció su pequeña corte en este lugar, y la iglesia era el corazón de su linaje, destinada a ser la necrópolis familiar. Sin embargo, su destino no fue tan glorioso como esperaba. Conspiraciones y cambios políticos llevaron a que él y sus hijos fueran ejecutados, y con el tiempo, su legado fue desapareciendo, dejando solo la iglesia como testigo de su historia.
La iglesia también sufrió los estragos del abandono. Aunque fue restaurada en el siglo XVI, los siglos siguientes la sumieron nuevamente en la decadencia. Durante la ocupación austriaca, perdió su techo, lo que causó la destrucción de la mayoría de sus pinturas interiores.
Ya en el siglo XIX, se construyó un pequeño campanario al que aún se puede subir. Se intentó preservar la iglesia, pero no fue hasta el siglo XX cuando comenzaron los trabajos serios de restauración.
Cuando nosotros la visitamos, el suelo de la iglesia estaba completamente levantado por restauración. La comparación con otros monasterios de la zona es impactante: aquí el paso del tiempo es más evidente. Sin embargo, ese aire decadente le da un encanto especial, como si nos hablara de siglos de historia.
Explorando el recinto
El monasterio tiene dos áreas principales: la iglesia y el antiguo cementerio de la familia Arbore. Entre las tumbas se encuentran la del fundador y la de su esposa, rodeadas de lápidas antiguas que evocan tiempos lejanos.
Al cruzar la puerta de la iglesia, sentimos que habíamos viajado en el tiempo. Su estructura es similar a la de otros templos ortodoxos, pero sus pinturas, aunque desgastadas, tienen un aire auténtico y misterioso.
Nuestra guía improvisada nos reveló algunas curiosidades de la liturgia ortodoxa: las misas se celebran con los fieles de pie, el sacerdote es el único que puede acercarse al altar y, en ciertos momentos, se encierra en el santuario, fuera de la vista de los asistentes. También nos habló de la visión ortodoxa del Cisma entre Oriente y Occidente. Según su perspectiva, fue el Papa católico quien lo provocó al querer situarse por encima del resto de patriarcas, mientras que la organización ortodoxa es mucho más horizontal y sin una única figura de autoridad.
Las pinturas: arte y huellas del tiempo
A pesar de los siglos de abandono, muchas pinturas aún sobreviven en el interior. En el nártex, destaca el retrato de Santa Macrina, junto con escenas de los Concilios Ecuménicos y la Cabalgata del Emperador Constantino el Grande.
El fundador, Luca Arbore, también dejó su huella en la iglesia con dos representaciones suyas. En el muro sur del nártex aparece junto a su esposa Iuliana y dos de sus hijos, en una pintura que parece haber sido realizada poco después de la construcción del templo. Más adelante, en la nave, aparece de nuevo con su esposa y cinco hijos, lo que indica que esta segunda pintura se hizo en los últimos años de su vida.
En el exterior, el estado de las pinturas es muy desigual. Mientras que el lado norte ha perdido casi toda su decoración y la zona oriental está bastante deteriorada, los lados sur y occidental conservan sus colores con bastante nitidez.
Una de las escenas más llamativas es la del Asedio de Constantinopla. Pero no el de 1453, como podría pensarse, sino uno mucho más antiguo: el de 626, cuando los persas intentaron tomar la ciudad. Además, los muros están llenos de santos y figuras religiosas, y en la parte occidental se puede ver, como en muchas iglesias de la región, la representación del Juicio Final.
Restauración: un proceso a fuego lento
La restauración de la iglesia avanza, pero a paso de tortuga. Nos contaron que podría tardar más de 50 años en completarse. ¿El motivo? No solo es complicado encontrar los pigmentos originales, sino que el trabajo solo puede hacerse en verano. Si se intentara en invierno o en épocas húmedas, la pintura no se fijaría correctamente.
A pesar de todo, esta fue, sin duda, una de las visitas que más disfrutamos. A diferencia de otros monasterios más turísticos, aquí pudimos explorar con calma, empapándonos de la historia y de los relatos de nuestra anfitriona, que parecía disfrutar tanto como nosotros compartiendo los secretos del lugar.
Como broche de oro, nos recomendó un restaurante cercano, donde pudimos degustar comida tradicional rumana en un ambiente auténtico y acogedor (Restaurant Aroma Bucovinei).
Con el estómago lleno y el corazón contento, pusimos rumbo a nuestro siguiente destino: el Monasterio de Putna, más al norte, listos para seguir descubriendo los tesoros de esta fascinante región.
EL MONASTERIO DE PUTNA
A unos 50 kilómetros del Monasterio de Arbore, pero con un trayecto de casi una hora en coche, se encuentra uno de los centros culturales, religiosos y artísticos más importantes de la Bucovina: el Monasterio de Putna. Este lugar no solo es un monasterio, sino que también alberga un museo con una impresionante colección de manuscritos históricos, bordados y objetos religiosos de la Iglesia Ortodoxa Rumana.
Un poco de historia
El monasterio fue fundado en 1466 por Esteban el Grande, uno de los personajes más importantes de la historia de Moldavia, quien descansa eternamente en este lugar. La construcción finalizó en tan solo tres años, aunque las murallas y la torre fueron añadidas varias décadas después. El monasterio está dedicado a la Asunción de la Virgen María y ha sido, durante siglos, un símbolo espiritual para los rumanos.
Una entrada majestuosa
A diferencia de otros monasterios de la región, la entrada a Putna es toda una experiencia. Para acceder, hay que pasar bajo el arco abovedado de una torre de dos pisos. En su fachada oriental destaca el escudo de armas de Moldavia, fechado en 1471, recordándonos que esta región pertenecía al antiguo Principado de Moldavia, que abarcaba zonas de la Bucovina, Besarabia y Gertsa.Aunque el monasterio es del siglo XV, la torre de entrada fue añadida mucho más tarde, en 1757, y el campanario se construyó en 1882, dando al conjunto un aspecto más imponente.
El interior del monasterio
Nada más cruzar la entrada, lo primero que nos llama la atención es el tamaño del monasterio. ¡Es enorme en comparación con los anteriores! Está rodeado por murallas imponentes, dentro de las cuales encontramos amplios jardines perfectamente cuidados. A lo largo de las murallas hay diversos edificios monacales, y al fondo del recinto, se encuentra el Museo, una visita imprescindible para conocer más sobre la historia del lugar.
En el corazón del jardín se alza la iglesia principal, y en uno de los laterales del monasterio, encontramos una pequeña capilla dedicada a San Pedro y San Pablo. En su interior, se conservan varias reliquias de santos, incluyendo la calavera de un santo, que los fieles acarician y veneran con devoción. Durante nuestra visita, vimos a muchos rumanos haciendo fila para rendirle homenaje con oraciones y muestras de fe.
El arte de Putna: un tesoro en su interior
A diferencia de otros monasterios de la Bucovina, donde las pinturas decoran las fachadas exteriores, en Putna el verdadero espectáculo artístico está en el interior. Aquí, la calidad de las pinturas es excepcional, reflejando el esmero con el que se han conservado y restaurado a lo largo de los siglos.
La iglesia principal mantiene la arquitectura tradicional moldava, con sus cinco salas características: pórtico, nártex, cripta, nave y altar. Para acceder de una a otra, se cruzan pequeñas puertas con dinteles de piedra, y en la cripta se encuentra la tumba de Esteban el Grande, rodeado de representaciones de santos y escenas del Evangelio.
En la nave, el dorado brilla con intensidad. Lo primero que capta la mirada es el iconostasio, completamente recubierto de pan de oro, una auténtica obra maestra. Mirando hacia arriba, en las cúpulas, nos observan desde lo alto un majestuoso Pantocrátor y una Virgen con el Niño, dando al lugar una atmósfera espiritual sobrecogedora. No olvidéis observar también el fresco del Juicio Final, y observar las representaciones de los demonios...
Hora de seguir explorando
Después de recorrer cada rincón del monasterio (porque sí, somos muy intensos 😆), nos preparamos para visitar los dos últimos monasterios de nuestra ruta por la Bucovina: Sucevița y Moldovița. ¡La aventura continúa!